Por: Julián Bastidas Urresty
Hablar del padre Francisco de la Villota produce emociones encontradas, entre el olor a santidad que muchos le otorgan y de azufre por la lucha constante que dio en vida contra el maligno.
Algunos escritos sobre este eclesiástico, publicados recientemente en Colombia, han sido rechazados, sobre todo por quienes descienden o dicen descender de esta familia. No aceptan que se diga que fue fanático, estrafalario o esquizofrénico. Por el contrario, lo tildan de Santo, que vivió encerrado en su convento sumido en oración y penitencia, dedicado a la contemplación de Dios; que sufrió y luchó por redimir al hombre del pecado; que fue caritativo y milagroso pues podía predecir sismos y otros eventos catastróficos. En 1830 fundó el colegio de San Felipe Neri, donde se formarán centenares de niños y jóvenes, entre ellos eminentes egresados.
En cambio, historiadores colombianos le califican de fanático religioso, promotor en Pasto de la guerra de la Conventos en 1839, conflicto que se extendió por todo el territorio colombiano como Guerra de los Supremos, con la muerte de unos 4000 colombianos.
El padre Francisco de la Villota y Barrera nació en Pasto, el 2 de enero de 1790, hijo de Crisanto de la Villota y de doña Mariana Barrera, ambos de familias notables, blancas se decía en esos tiempos. Fue familiar de Blas y Ramón de la Villota, de Estanislao Villota, todos prestigiosos militares pastusos que combatieron en defensa de la monarquía española. Su hermano, Pedro María, figura entre quienes fueron lanzados al cañón del río Guáitara, cruel ejecución ordenada por Bartolomé Salom, militar republicano. Don Ramón de la Barrera, propietario de la gran hacienda llamada Meneses; José Casimiro de la Barrera, rector del colegio Seminario, fundado en 1712.
La única imagen conocida de Francisco de la Villota, que aquí publicamos, es una fotografía tomada en 1879 por los científicos alemanes Stübel y Reiss a partir de un cuadro atribuido al pintor Serafín Bucheli, probablemente cuando Francisco tenía unos 80 años de edad. Cuando los alemanes estuvieron en Pasto el padre de la Villota ya había fallecido, pero se hablaba mucho de él pues era entonces un personaje destacado y temido. La fotografía original se encuentra en un museo de Alemania. Es quizás la primera fotografía que se hizo en Pasto.
El clérigo se destaca por su figura y semblante peculiar, que impresionaba a quien hablaba con él. Era bajo de estatura y se sometía a un régimen alimenticio hasta tener una flacura extrema, tan esquelético que las vértebras se marcaban dramáticamente en su hábito obscuro.
Llevaba siempre un bastón de apoyo y que utilizaba, se dice, como arma contundente en sus frecuentes combates con el demonio. Extraño y misterioso como la inmensa llave ataba celosamente en la cintura y una bayeta en la mano izquierda.
Su rostro hace pensar en una estructura craneana amplia en la parte superior que se estrecha notablemente hacia el mentón. Y lo más impresionante, dicen quienes le conocieron, eran los ojos azules fulgurantes en contraste con el color blanquísimo de su rostro casi oculto con un capillo obscuro, que le cubría la cabeza. El general Tomas Cipriano de Mosquera lo describió como “una calavera con dos luceros”.
Su biógrafo, el padre Arístides Gutiérrez Villota, perteneciente también a la congregación de San Felipe Neri, lo describe así:
“Traía la sotana vieja raída y cubierta de remiendos; era una tela grosera, tejida en el país. Ceñía la cintura con un fajón de lana burda en donde guardaba la llave de su celda y colgaba el rosario. Calzaba con alpargatas, plantilla de cabuya y capellada de paño. Cubríase la cabeza con una especie de capucha, también de lana […] Tomaba un poco de alimento haciéndolo desagradable y aun repugnante porque en un solo plato mezclaba las cosas dulces con las saladas […] Poco dormía; porque las noches las pasaba en oración, lectura y preparación de sermones. Cuando era preciso dar descanso al extenuado cuerpo se recostaba vestido sobre su tarima que no tenía colchón ni mantas sino un poco de harapos que le servía más bien de mortificación” (1).
Siendo joven fue a Lima a estudiar y regresó a Pasto en 1815, a los 25 años de edad, luego de doctorarse en Filosofía, Teología y Cánones. La ciudad vivía entonces difíciles episodios de su historia: las guerras de la Independencia, con hechos violentos que comenzaron en 1809 y continuaron por más de 15 años. Al parecer, como lo hiciera el primer obispo de Pasto, Fray Antonio Burbano de Lara, Francisco de la Villota quemó sus escritos de la guerra que vivió en carne propia. Seguramente conoció a Simón Bolívar cuando el Libertador entró por primera vez a Pasto el sábado 8 de junio de 1822 hacia las 4 de la tarde.
Instalado en Pasto, el padre Francisco de la Villota comenzó a participar activamente en la vida ciudadana. Levantó una modesta casa junto a la ermita de Jesús del Río, iniciada en 1741 como devoción a Jesús Nazareno. El pequeño templo, de 13 varas de largo y 4 de ancho con techo entejado, estaba atravesado sobre el río Mijitayo apoyado en dos arcos de cal y ladrillo. El 26 de noviembre de 1836 fundó la congregación Neriana. Bajo sus órdenes se hicieron varias construcciones destacándose una casa de ejercicios espirituales y la suntuosa iglesia con cúpulas en cuya construcción pasaron 34 años siendo bendecida el 15 de mayo de 1904 con la presencia numerosa de devotos que hoy continúan venerando a Jesús del Río.
El padre de la Villota presagió y advirtió el terrible sismo que casi acaba con la ciudad de Pasto el 20 de enero de 1834, a las 7 de la mañana, como castigo, dijo, a los excesos cometidos en fiestas populares y prolongadas indebidamente. En Colombia será conocido por dar origen a la guerra de los Conventos (2). Pero estas historias serán objeto de otros capítulos.
Referencias:
1- Gutiérrez Villota Arístides, “Biografía del Reverendo Padre Francisco de la Villota, 1929, p. 33”
2- Bastidas Urresty Julián, “Salvador Jiménez, un obispo en las Guerras de la Independencia”.