Por: José Luis Chaves López
A la memoria de las guaneñas
El panorama no podía ser más aterrador, inició diciendo mi abuela. La amenaza que Bolívar había hecho de exterminar a los pastusos parecía inminente. San Juan de Pasto estaba sitiado y la población que quedaba en la ciudad estaba a merced del ejército invasor. Esa tarde del 24 de diciembre de 1822, oscura y fría, parecía presagiar los sufrimientos y las calamidades que llegarían en la noche. En la Muy Noble Y Muy Leal Ciudad de San Juan de Pasto, como la llamaba el Decreto Real, sólo quedaban mujeres, niños y ancianos, pues los hombres habían salido hacia Yacuanquer a detener el avance del ejército republicano.
La emoción y las lágrimas al narrarme lo que le había contado su propia abuela hacían mella en su corazón y era necesario darle tiempo para recuperarse.
Después de unos momentos continuó, – luego de haber sido derrotado en Cariaco, Bolívar, cegado por la rabia y la impotencia de no poder vencer a los pastusos realistas, juró venganza. ¿Y sabe por qué mijo? Porque, mientras todos se rendían a sus armas y exigencias, ganar en Pasto no le fue posible. Me contaron, dijo ella, que incluso Santander le sugirió que debía tomar en consideración las ideas de Sucre (que no quería volver a Pasto) y abandonar el propósito de llevar el ejército por estos lares, y le sostuvo su posición diciéndole que “siempre será destruido por los pueblos empecinados, un poco aguerridos y siempre, siempre victoriosos, como los Pastos”. Pero Bolívar no escuchó razones y, contra toda consideración, le escribe a un coronel García instándolo a que se prepare y disponga la negra y terrible tempestad que se va a descargar sobre la infeliz Pasto.
– Mijo, escriba esto para que todos sepamos quién era Bolívar. Después de rechazar la propuesta de Santander, unos días después afirmó “tengo el derecho y se justifica llevar a Pasto al exterminio y tratarlo como prisionero de guerra”. Y todo porque nosotros no nos doblegamos a su movimiento independentista, pues queríamos seguir siendo provincia española. Nos considera sus enemigos y autorizó confiscarnos los bienes, exterminarnos o confinarnos en prisiones y “el territorio expropiarlo para llenar el erario público”, en sus propias palabras, según me contó mi tatarabuela.
– Pero, por qué Bolívar no nos quería, le pregunté. Tomando aire para evitar que las palabras se le atragantaran, me aclaró. – El odio de Bolívar tiene origen, más que en lo político, en la raza. Él era zambo. Los zambos eran el resultado de una relación ilícita entre un negro y una indígena, mientras que los pastusos o eran descendientes de españoles o eran indígenas, pero no mezclados. A los zambos se les consideraba gente vil, achacándoles la condición de intratables por su iracundia y crueldad, el ser infieles y traidores. Y agregó, – ¿Te parece conocida esta descripción? Yo asentí. – A esto hay que agregarle que Pasto nunca fue un pueblo que se doblegó, ni ante los Incas, cuando trataron de invadirlos, y menos aún ante los patriotas y su interés por convertirse en amos y apropiarse de lo que los españoles iban abandonando. Sólo a partir de una mente retorcida se puede entender qué lo motivó a planear, autorizar y gozarse de la masacre que sobrevendría sobre nosotros.
Respiró profundamente para continuar. – Unos días antes de ese 24 de diciembre, por la ciudad corrió la noticia, que pronto se volvió rumor, que Pasto sería invadida desde el sur. Un ejército, al mando del general Barreto avanzaba desde Quito, con el propósito de sitiar la ciudad. Todos los hombres capaces de empuñar un arma se alistaron para enfrentar al enemigo. Mal alimentados y peor armados, apenas con unos cuantos fusiles, unas pocas espadas oxidadas y unos palos que servían más para la agricultura que para la guerra, pero con un inmenso orgullo y la decisión de seguir siendo libres, salieron hacia el sur buscando detener el avance invasor y en las estribaciones del río Guáitara lo esperaron.
– Pero, mijo, esta información era falsa. Era una estratagema de guerra que buscaba, y lo consiguió, dejar la ciudad a expensas del ejército de Bolívar, que para esa ocasión comandaba Antonio José de Sucre. Él sabía bien lo que era enfrentarse a los «leones pastusos», pues ya varias veces lo habían humillado y por eso ahora buscaba venganza, así fuera que en frente sólo hubiera mujeres y niños.
– Por eso, mientras los hombres salieron hacia el sur, a Pasto le llegaron por el norte. Los soldados entraron descendiendo por Puente de Tabla, pasando por Cujacal, y avanzaron sin encontrar más resistencia que el ladrido de unos cuantos perros, que huían asustados ante el estruendo del paso de los batallones. Continuaron bajando hacia la ciudad y pasado el Puente Pueyo iniciaron la masacre. Desde El Ejido avanzaron hacia la Iglesia de Santiago y con las pocas mujeres que oponían resistencia se trabó rudo combate, pues las pastusas son aguerridas. Pero, la suerte estaba echada y ante la superioridad numérica y militar se perdieron las posiciones y lo que siguió fue una horrible matanza en la que mujeres, niños y ancianos fueron sacrificados y el ejército “libertador” conformado por mercenarios venezolanos inicio un saqueo que duró tres días con robos y desmanes de todo tipo. Incluso, mijo, llegaron al extremo de destruir todos los libros y los archivos públicos y religiosos. Llenos de miedo los sobrevivientes buscaron refugio en los templos, pero ni estos fueron respetados.
Ahora, el que estaba sobrecogido era yo. Sentí tanta rabia que pensé que ya no era capaz de continuar, pero se lo había prometido, así que seguí escribiendo sus palabras. – En su recorrido hacia el centro de la ciudad iban destruyendo cuanto encontraban a su paso; entraban a las casas, pasaban a espada a quienes se oponían y lo que no podían robar lo dañaban y quemaban. Hacían oídos sordos a los gritos y a las súplicas de las niñas para no ser violadas. Tal parecía que el llanto de los niños era combustible para su sed de destrucción. Bolívar los había aleccionado bien y la rabia que sentía hacia Pasto la inculcó en el alma de estos hombres para que hicieran por él lo que en su cobardía para enfrentar a los pastusos no pudo por sí mismo.
A través de sus palabras, yo iba imaginando lo que pasó esa noche. Ella siguió, – el fuego iba indicando a las gentes el recorrido que llevaban los soldados. Y viendo el avance de las llamas, las mujeres llevando a sus hijos de la mano o amarrados a sus espaldas y casi a rastras a los ancianos, corrieron a refugiarse en las casas que bajaban desde la Iglesia de Santiago. La zona verde de ese lugar era abundante y en el camino que desciende hacia el centro de Pasto se formó un torrente de sangre que tiñó de rojo y para siempre la calle y la memoria de los pastusos y por eso se conoce ese lugar como “El Colorado”.
– Pero no todo paró ahí, este genocidio continuó durante 30 días y se extendió también a los pueblitos que se encontraban alrededor de Pasto. La ciudad quedó llena de cadáveres… y de desolación… y de tristeza.
– Un par de meses antes de ese diciembre los pastusos habían hecho una férrea resistencia al avance de Bolívar y sus ejércitos, incluso llegaron a derrotarlo, pero sabiéndose en inferioridad de condiciones capitularon. En noviembre de ese año, aunque habían vencido a Antonio José de Sucre, se rindieron buscando conservar la vida. A pesar de esto, la furia de Bolívar no pudo contenerse y proclama que “Pasto debe ser borrado del catálogo de los pueblos”. Sucre hace el trabajo sucio y dispone de los despojos de la ciudad para que Bolívar, quien llegó el 2 de enero de 1823 a lo que quedaba de ciudad, disfrutara del dolor de los pastusos vencidos, humillados y a punto del exterminio. Permaneció en la ciudad hasta el día 14 y dejó al mando al general venezolano Bartolomé Salóm con estrictas órdenes para acabar con los pastusos; esto incluía asesinar a sus mejores hombres a quienes arrojó hasta el cauce del río Guáitara, amarrados en parejas.
Nueva pausa, esta vez para que mi abuela se seque las lágrimas que revivir estos acontecimientos le provocan. Luego continúo, – más de ocho años duró este exterminio y Pasto dejó de ser una de las ciudades más prósperas y populosas de la Nueva Granada. Para 1830 solamente contaba con 3.000 habitantes, a quienes Bolívar ordenó destruir “porque no puedo permitir que exista un solo rebelde de Los Pastos”, según su megalómana personalidad, “y puesto que no puedo ganarles hay que destruirlos”.
– Para cumplir esta orden envía nuevamente a Sucre a estas tierras, dijo mi abuela, pero la venganza de Los Pastos está a punto de realizarse y se concretó a través de una mujer para dolor e ira de Bolívar.
Aprovechando la pausa que ella volvió a hacer le pregunté: “¿Cómo que a través de una mujer? Usted ya me contó que las mujeres Pastos peleaban junto con sus hombres, pero ¿cómo así que una mujer fue la autora de la venganza? – Mijo usted es muy joven, me respondió. Para entender esto es necesario volvernos en la historia. Para el momento de la Navidad negra, en 1822, Dolores Chaves Salcedo, tu tatarabuela, tenía 12 años de edad y se salvó de los desmanes de los invasores porque, cuando los soldados violaban y mataban a su familia, ella, junto con su mamá, huyeron por el huerto de su casa hacia el campo. Creció escondida y con miedo, pero esto en vez de amilanarla la fortaleció. Enseñada por su madre, a pesar de su corta edad, con otras mujeres con quienes se encontró durante ese tiempo se prepararon para seguir resistiendo. Al poco tiempo sabía de armas y de estrategia militar más que ningún hombre. Ella, al igual que su mamá, era una guaneña. Te recuerdo, las guaneñas eran mujeres que junto a sus esposos combatían con los ejércitos de Agustín Agualongo. Ellas preferían morir junto a su amor que ser violadas por los soldados de los ejércitos patriotas con Simón Bolívar a la cabeza. Agualongo había dicho, “nosotros nos inclinamos ante la Pacha Mama, que nos da de comer y ante el Rey que supo entender quién es pastuso de verdad, pero ante nadie más”. Por eso lo mataron, pero las mujeres hicieron eco de sus palabras hasta el extremo de ir a la guerra por defender sus convicciones.
– Un momento, un momento abuelita, si el apellido de mi tatarabuela era Chaves, ¿cómo es que tú también eres Chaves y yo soy Chaves? Debía ser el apellido de mi tatarabuelo y luego cambiar al de mi bisabuelo y después al de mi abuelo… Quedé en silencio y continué… creo que ya entendí.
– Pues me alegra que lo captaras, pero te lo explico. Ellas se adelantaron al tiempo y a la Constitución. Determinaron desde tiempos que ni mi abuela recuerda, que el apellido familiar sería Chaves y el hombre que quería casarse con alguna de ella y no estuviera de acuerdo, pues “que se buscara otra”. Me hizo gracia este comentario, pero sí, había entendido y le pedí que continuara.
– Ocho años después, cuando su madre se enteró que Sucre volvía para cumplir las órdenes de Bolívar y “borrar a Pasto del registro de los pueblos”, Dolores y las mujeres de su grupo planearon la manera de acabar con él. Se les unieron varios pastusos de la resistencia y con paciencia esperaron el momento oportuno para llevar a cabo su plan. Ella estuvo siempre al tanto de todo cuanto se organizó y era quien llevaba y traía mensajes entre los rebeldes. Por ella se supo que Sucre llegaría por el norte y organizaron la emboscada. No te puedo decir si Dolores hizo el disparo, pero no me sorprendería. El 4 de junio de 1830 Sucre y sus secuaces avanzaban para llegar a Pasto, cuando iba por el paso de las montañas de Berruecos, fue muerto de un tiro en el corazón; dos días duró su cadáver tirado en esos caminos. Nadie quería hacerse cargo del exterminador títere de Bolívar. Sus compañeros huyeron despavoridos y abandonaron a su general. No pararon hasta llegar a Popayán y buscar la forma de hacer llegar la noticia a Bolívar.
Que mi tatarabuela disparó, de eso estoy seguro, aunque Bolívar culpó a Obando, pero no se lo comenté a mi abuela, dejé que ella continuara. – Con el tiempo, dijo, se supo que tres días antes de su muerte, el periódico «El Demócrata» de Bogotá publicó un artículo que mencionaba que el general Antonio José de Sucre había salido de Bogotá, siguiendo las órdenes de Bolívar, y marchaba sobre la provincia de Pasto para atacarla. No le auguraban algo bueno y premonitoriamente no se equivocaron. Ambos, Bolívar y Sucre, sabían lo que era enfrentarse a los pastusos, pero lo que más temían era enfrentarse a las pastusas.
El tiempo de mi abuela se agota y con él las pausas son cada vez más frecuentes. Tomando aire continuó. – Con paciencia se esperó el momento oportuno para reivindicar el honor de los pastusos, incluso para la fecha de publicación del periódico en Bogotá, la venganza en Berruecos se había ejecutado. Y para mayor dolor de Bolívar una mujer fue el cerebro de esa muerte, dijo ella. No se lo dije a mi abuela, pero estoy seguro, también la autora.
– Cuando le informaron de la muerte de Sucre, Bolívar estaba en el paso entre Cartagena y Barranquilla e iba camino a Santa Marta. Lleno de furia por la muerte de su amigo vuelve a jurar venganza. Culpa de la muerte de su amigo a los pastusos y su rabia contra nosotros fue tan grande que su enfermedad se agravó y de eso, treinta y ocho días después, moriría solo y aún más triste, abandonado por sus supuestos amigos y falsos aduladores.
– Durante su estancia en Santa Marta da órdenes a Juan José Flórez, otro venezolano, de destruir Pasto. Nos llamó 《monstruos del Cauca》, por lo visto Bolívar no sabía de geografía, pues no somos caucanos, y no quería aceptar que somos raza aparte y le exige “usted debe vengar a Sucre y vengar a Colombia arrasando a Pasto hasta en sus elementos”.
– El general Flórez no puede cumplir con los deseos de Bolívar por la férrea oposición de las pastusas; para ese momento ya casi no quedaban hombres, pero el honor había que mantenerlo y las mujeres así lo hicieron. En defensa de sus creencias no secundaron la guerra por la independencia y no renunciaron a sus convicciones. Flórez fue derrotado y se le confisca un documento firmado por Bolívar donde lo insta a “destruir hasta en sus elementos” a los pastusos.
Mi abuela se agotaba y se retiró a descansar, su edad ya no le permitía estar tanto tiempo activa. Durante este lapso y para entender lo que sucedió y los tiempos en que pasó hice la siguiente cronología:
– Dolores Chaves Salcedo, tatarabuela, nació en 1810. Tenía 12 años de edad cuando la Navidad Negra. Para el momento de la muerte de Sucre, con 20 años, era una mujer hecha y derecha y muy capaz de haber planeado y organizado su muerte. Luego peleó contra Flórez y asume el compromiso de custodiar el documento que le fue encontrado a este general.
– Se casó con Néstor León y una de sus hijas, Tránsito, quien nació en 1835, continúa la lucha contra todo lo que suene a Bolívar, pues él había muerto en 1830. Heredera directa de las guaneñas sabe lo que es enfrentar los deseos de Bolívar por 《borrar a los pastusos del registro de los pueblos》. Para este momento se le confía la custodia del documento referido.
– En 1855, hija de Tránsito, nace Lola y este documento pasa a sus manos, con el compromiso de entregarlo a una de sus hijas cuando las tenga.
– Lola se casa a los 20 años y tres años después nace su hija Lucinda, quien recibe de su madre el encargo de custodiar el documento y con él el compromiso de entregarlo a una de sus hijas.
– La hija de Lucinda, Victoria nace en 1901, ella es mi abuela y quien me pidió que escribiera su relato. Se casó con Ernesto Torres. A partir de esta pareja los hijos conservaron los apellidos Chaves Torres y el apellido Chaves continúa a través de los hijos varones.
Si lo que he descubierto es verdad, ella tiene el documento de Bolívar y ansío verlo y leerlo y espero el momento en que me lo muestre. Pero, no debo apurarla. El secreto ha estado custodiado durante más de un siglo, puedo esperar unos días más.
Unas horas después, mi abuela retornó a la salita donde estábamos conversando.
– Mijo, yo conocí esta historia por mi abuela Lola y conocí del secreto guardado por generaciones. Mi mamá Lucinda me pidió que siguiera los ideales de las mujeres Chaves y me exigió que instara a todos los verdaderos pastusos a no olvidar los desmanes cometidos en el supuesto nombre de la “independencia”.
– Pero, a pesar de todos mis esfuerzos, la memoria es frágil y la gente o va olvidando rápidamente o ya no le importa. Mijo, creo que fracasé en el encargo que me hicieron y esto me desconsuela y pensarlo no me deja en paz. Por eso lo llamé a usted. Quiero entregarle el cofre que me dieron a guardar pues no me queda mucho tiempo.
Traté de confortarla, pero qué podría decirle que ella no lo hubiera tenido en cuenta. Cuando estaba a punto de hablar, con un gesto me pidió silencio para continuar hablando.
– Le contaré del día más triste de mi vida. Iniciaba el año 1955 y el 1 de enero no fue, para mí, un día de fiesta precisamente. El general Rojas Pinilla había llegado al poder dos años antes a través de la fuerza de las armas e inmediatamente se declaró a sí mismo como 《personero de los deseos más auténticos de Bolívar》. Ese día de enero, antes de concluir su mandato solicita a la dirigencia política de Pasto se le permita colocar una estatua de Bolívar en la ciudad. Yo quedé trastornada. Y como era de esperarse, los políticos, como una manera de congraciarse con el general acceden. Escogen para ubicarla el sector de El Ejido. Para aquel entonces era un sitio distante del sector urbano de la ciudad, pero que sería, para quien sabe de historia, como usted y como yo, un golpe artero a la memoria porque era darle sitio de preferencia al abusador y asesino.
Este hecho marcará negativamente el resto de la vida de mi abuela porque ella cree que les falló a sus ancestros. Poco antes de morir, cercana a los cien años de vida, hace un último esfuerzo por reivindicar la lucha y la memoria de sus antecesoras. A su tiempo recibió de su madre un cofre tallado en madera y con apliques en mopa-mopa que las mujeres de la familia habían custodiado de generación en generación y que contenía un extraño papel. Me contó que cada 22 de diciembre su madre lo abría y le leía en voz alta el contenido del documento que ahí se guardaba.
– Mijo, durante mucho tiempo no había vuelto a abrir el cofre, pero ahora sé que es el momento oportuno para hacerlo de nuevo. Hace unos días lo abrí con mucho cuidado… el papel aún seguía ahí. Lo cerré de nuevo y lo mandé llamar.
Me entregó el cofre y me hizo prometer que divulgaría lo que me mostraría y lo que me diría. Sacó el papel y me lo dio. Estaba escrito con una caligrafía hermosa pero extraña, distinta a la que había aprendido en el colegio, en un papel amarillento, muy antiguo y que parecía quebrarse por lo frágil.
Luego, con voz clara y una memoria prodigiosa me contó lo que he narrado.
Nota: la estatua de Bolívar fue removida el 6 de mayo de 2016.
Otra nota: Abuelita, tu deseo se cumplió, descansa en paz.