Nochecita tumaqueña o ese algo que nunca se alcanza.

A Tumaco se le canta con el alma, con el soplo suave de la brisa o con la desesperación de ese poema de pasión furtiva, con la tragedia de ese amor de sensación emotiva que busca en la vida algo que no se alcanza. En ese calor de palabras persuasivas donde se encienden unas pupilas con luces de esperanzas. Pero, como en la tragedia de esos amores eternos, colmados de lontananzas en que se pretende vencer al mundo y conquistar el cielo.
Tumaco, región de Mar y hadas negras. Virgen Tropical que conquista la gloria con sus carnes morenas en un paisaje silente sobre la tibia arena. Donde se vive la tragedia sin llanto y sin lamento; quimera de soles, de aguas cristalinas que se besan una y otra vez con sus arenas trigueñas, perladas de oro en mantos de estrellas y velos de ilusión.
Estar en Tumaco es besar el paraíso, sentir sus playas en medio de aguas colmadas de estrellas. Basta una hamaca para sentir el vaiven de luceros mientras un ósculo se escapa en su intento de abrazar un amor eterno, dibujado en paisajes de tierra y cielo.
Cuántas veces tejimos luceros bajo la luna plateada, bordamos luceros en el filo de la playa mientras al vaiven de una hamaca se contaba besos en esa boca enamorada.
Tumaco, perla del Pacífico, cantada y colmada de versos; prisionera de olas y canoas que emocionadas escuchan el murmullo de las aves que entre palmeras bailan un danzón con su sombra regada entre arena tibia y mojada.
Tumaco, un nuevo amanecer comienza en tus carnes morenas.

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