Gala poética

Por: Camilo Eraso – Octubre, 2023

En los años sesenta del siglo pasado, era reducido el número de colegios de bachillerato en la ciudad de Pasto. Estos operaban en el calendario escolar B, aquel cuyo año empezaba en octubre y terminaba en julio. La mayoría de ellos estaban regentados por comunidades religiosas.

En el año 1964, alumnos de quinto y sexto de bachillerato del colegio Javeriano crearon comités con el propósito de desarrollar proyectos, parte de ellos en cumplimiento de requisitos académicos y otros en apoyo a comunidades o grupos de población menos favorecidos. El comité cultural del Javeriano, que se reunía al final de la tarde de cada lunes, incluyó en su plan de trabajo la realización de un seminario sobre temas sociales, dirigido a estudiantes de un grupo de planteles. Sus miembros ya habían hecho contacto con los instructores de la Universidad Javeriana de Bogotá, quienes se interesaron por efectuar la capacitación en Pasto. También consiguieron una finca en donde podían albergar a los asistentes durante los cinco días del curso. Establecieron el cobro de una cuota, a cada participante, para sufragar los costos de transporte y alimentación. Quedaba pendiente obtener el dinero para adquirir los tiquetes aéreos de los formadores.

Para la reunión del 18 de enero de 1965, la primera del año, acordaron que cada miembro presentaría una propuesta con el fin de recolectar los recursos faltantes.

─Rifemos dos tiquetes a San Andrés o un electrodoméstico de valor, tal como una nevera o una lavadora ─sugirió Enrique Delgado, miembro de una familia de comerciantes.

─Organicemos un concurso de declamación entre alumnos de final de bachillerato de los mejores colegios ─propuso Miguel Córdoba, el hijo mayor de un reconocido poeta.

─Lo más sencillo para tener el dinero rápido y asegurado sería que la Asociación de Padres de Familia pida una cuota extraordinaria ─recomendó Guillermo Apráez, el matemático del grupo.

─Cada vez que se juega el clásico entre el Deportivo Pasto y el Javeriano, el estadio se llena. Programemos ese partido por fuera de la Liga ─planteó Lucio Guerrero, el goleador del colegio.

─Yo convenzo a mi papá para que hagamos, en el club, una fiesta con la orquesta Alma Nariñense. Cobramos la entrada, vendemos comida y licores y yo pienso que el club no nos cobraría nada ─sugirió Mauricio Pérez, a quien le decían el trompo.

Analizaron ventajas y desventajas de cada alternativa. Al final decidieron escoger el recital poético por ser un espectáculo novedoso que atraería concurrencia e involucraría, de una vez, a los establecimientos educativos invitados al seminario.

En la sesión del 25 de enero, elaboraron el plan de trabajo y distribuyeron las actividades iniciales: Miguel confirmaría con el rector del Javeriano, la disponibilidad del teatro; era un escenario con platea, balcones laterales en segundo y tercer piso y un balcón posterior que, en total, contaba con un aforo de 600 asientos. Lucio contactaría a tres colegios masculinos y otros tantos femeninos con los cuales acordaría la realización de un concurso interno, con el fin de escoger su declamador. Guillermo, por intermedio de la esposa del gobernador, quien en otras oportunidades había colaborado con el comité, buscaría obtener la medalla Gobernación de Nariño como premio a los ganadores masculino y femenino y un diploma a los segundos puestos; también trataría que la primera dama entregara los galardones. Por su parte, Mauricio realizaría contactos con los candidatos preseleccionados como jurados, ad honorem: un escritor, un poeta y un reconocido declamador, humanista y fraile de la orden de los franciscanos. Enrique buscaría el patrocinio de entidades comerciales y financieras a cambio de incluirlas en la publicidad del recital que constaba de afiches, pautas comerciales en la Emisora Mariana y en la Voz de la Amistad y, además, perifoneo por las calles de la ciudad.

Una vez que las actividades se cumplieron a satisfacción, llegó la hora de definir la fecha del recital. Estimaron que requerían dos meses para desarrollar la promoción, la publicidad y los concursos internos de los centros educativos. Por consenso acordaron programar el evento para el viernes 23 de abril.

Luego asumieron el reto de diseñar la publicidad. Un tema en el que no tenían conocimientos ni empresas o personas que les ayudaran sin cobrarles. Con el aporte de todos, en una especie de tormenta de ideas que -en forma gradual- fue mejorando, construyeron lo que los especialistas llamarían una campaña de expectativas. Durante quince días divulgaron, en los tres medios antes citados, lemas tales como:

¡Espera el 23 de abril!

¡Ya llega el 23 de abril!

¡El 23 de abril será inolvidable!

¡El 23 de abril traerá una sorpresa!

¡No te puedes perder el 23 de abril!

Los anteriores eslóganes y otras consignas similares buscaban despertar la curiosidad del público. La gente especulaba y en algunos casos hasta hacía apuestas sobre lo que sucedería en la anunciada fecha. El comité se sintió satisfecho por la expectativa creada en la ciudad. El 12 de marzo lanzaron la publicidad completa con la información sobre tipo de evento, fecha, hora, teatro, colegios participantes y valor de las entradas. Desde ese mismo día, las boletas se pusieron a disposición del público y, en especial, de los planteles invitados.

Continuaron la promoción por los medios y, al mismo tiempo, los colegios finalizaron sus concursos internos. Por el entusiasmo de padres y estudiantes, el interés de los planteles y la efectividad de la campaña, los tiquetes se agotaron en pocos días. El público pedía que se programara una segunda presentación, pero, por la propia característica del concurso, esa opción era inviable.

Días antes, el jurado programó dos intervenciones de cada participante y seleccionó La Marcha Triunfal de Rubén Darío para ser declamada por los hombres de los colegios Champagnat, San Felipe, Universidad de Nariño y Javeriano, y Las Campanas de Edgar Allan Poe para ser recitada por las mujeres de los colegios Bethlemitas, Franciscanas Teresitas y Universidad de Nariño, en la primera intervención. En la segunda participación, cada concursante declamaría un poema escogido según su preferencia.

Las estudiantes, ataviadas con vestido de gala y acompañadas por edecanes, desfilaron por el pasillo central del teatro. En breve, comenzaron la presentación en orden alfabético por el nombre del plantel educativo. Al final de cada poema, las barras del colegio respectivo aplaudían y gritaban el nombre de la declamadora seguido de alabío, alabao, ala bim bom bao. Enseguida, declamaron los hombres, vestidos con smoking, ordenados de la misma forma. Para este grupo hubo escasos aplausos y ausencia de algarabía. Durante la segunda ronda de declamaciones, las reacciones del público se repitieron con mayor ímpetu, haciéndose evidente un desafío de barras entre bethlemitas y franciscanas.

Mientras el jurado deliberaba en una sala privada, la pianista de la noche interpretó melodías de música colombiana. El duelo era intenso entre los dos colegios femeninos cuyos seguidores, cada vez, incrementaban sus ovaciones con creciente ahínco. En vista del bullicio, la artista cerró el teclado del instrumento musical y volvió a su puesto.

El jurado volvió a tomar sus asientos. El poeta y escritor, que actuó como su presidente, subió al escenario con pasos titubeantes tal vez por la presión del público, para proclamar los ganadores. Inició su intervención con el anuncio del segundo lugar en el concurso femenino, adjudicado a la representante de las franciscanas. De inmediato, se escuchó una atronadora protesta de los asistentes porque, a su juicio, ella debería ser la ganadora. A continuación, el presidente declaró como ganadora a la representante de las bethlemitas. Los gritos, el abucheo y la rechifla del público llegaron al máximo imaginable. La gente, en coro, gritaba ¡franciscanas, franciscanas, franciscanas! El maestro de ceremonias pidió cordura e invitó a la esposa del gobernador y a las dos ganadoras a subir al escenario para recibir los premios. La primera dama entregó el diploma a la declamadora que ocupó el segundo lugar. Acto seguido procedió a colocar la medalla del primer lugar, pero la ganadora, una chica con personalidad recia, a quien se le subió el orgullo a la cabeza, se rehusó a recibir el premio en su pecho; lo tomó en su mano y lo devolvió al presidente del Jurado. Un silencio inesperado, que pareció eterno, llenó el salón por largos segundos. Enseguida prosiguió la protesta y continuaron los gritos en favor de las franciscanas.

            El sacerdote, vicepresidente del Jurado, subió al escenario e informó que el segundo lugar en el concurso masculino correspondía al representante de los Filipenses y el primer lugar al declamador del Javeriano. Los ganadores recibieron diploma y medalla de manos de la esposa del gobernador en medio de moderados aplausos. El público continuó protestando en contra del resultado del concurso femenino.

            Los asistentes abandonaron el salón en medio de desorden y gritería. En la calle los promotores de la protesta se unieron porque querían hacer sentir, con mayor fuerza, su descontento. El grupo avanzó, en medio de gran bullicio, y se encaminó al colegio de las bethlemitas, ubicado a pocas cuadras del teatro. Al llegar a la edificación, las piedras hicieron volar en pedazos los vidrios de las ventanas cuyos trozos quedaron esparcidos sobre el andén. La policía intervino para disolver el motín y detuvo a las personas que encontró con proyectiles en sus manos. Los privados de la libertad fueron conducidos a una inspección de policía en donde los identificaron como padres y amigos de las estudiantes de las franciscanas. Por ser una contravención menor, el inspector los dejó en libertad tan pronto como firmaron un documento en el cual se comprometían a reparar los daños ocasionados.

            El 3 de mayo, el lunes siguiente al recital, el comité realizó su sesión semanal con el fin de efectuar un balance del evento. Según la opinión del jurado, de los directivos de los colegios, del público y de los medios de comunicación, el espectáculo se destacó por la calidad de los declamadores y de los poemas seleccionados. Como resultado de la venta total de la boletería y los bajos gastos, excedieron con creces el recaudo esperado. El aspecto que ensombreció el programa fue el arrebato final de una parte del público.

El comité envió una carta de agradecimiento a los colegios participantes, a los jurados y a los patrocinadores y solicitó una reunión con la madre superiora de las bethlemitas. El rector del Javeriano acompañó al comité a dicha reunión y tomó la vocería para explicar que la situación se salió del control de los organizadores y hacerle entrega solemne de la medalla ganada, en franca competencia, por su colegio. La rectora de las bethlemitas comprendió lo sucedido y felicitó al comité por el alto nivel del concurso y agregó que había perdonado a los atacantes de las ventanas y los había exonerado de pagar los daños porque el seguro de la edificación los iba a cubrir.

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