En 2021 el escritor ecuatoriano Milton Álvarez Viteri, nacido en Tulcán y radicado actualmente en la costera Esmeraldas, publicó la novela “Mis raíces negras”, libro que generosamente dejó para mi en manos del prologuista, nuestro buen amigo en común el poeta Henry Manrique. Recién hace unos días pude tomar la novela en mis manos y leerla con el empeño que le dedico más a los libros que generosamente me hacen llegar sus autores que a aquellos que cumplen mis caprichos en el acumulo de la compra.
La temática está retratada en el mismo título, no sin razón alguien decía que éste es la síntesis de la síntesis, así que bien acertado, conduce al lector a un compartir de la ancestralidad buscada y pretendida, saliendo a flote hechos y circunstancias que parecieran comunes a los herederos del África que llegaron a este continente bajo la oprobiosa condición de la esclavitud, hombres y mujeres libres que, para saciar las ansias de riqueza de muchos europeos y criollos americanos, no vieron ningún empache en comerciar con ellos y traerlos a lejanas tierras para reemplazar a los indígenas, la mayoría exterminados por las enfermedades, el trato inhumano o el simple hecho de saberse esclavos de quienes por un cortísimo tiempo consideraron hijos de dioses buenos, comprobando que no eran más que ruines súcubos buscando saciar caprichos a costa de riquezas sin importar la forma de conseguirlas.
Una tragedia continua es la que relata Álvarez a través de la novela, una serie de insucesos en donde la mujer es tratada con vejámenes, violadas y secuestradas, ante el capricho de señorones que creían que con la hacienda lo accesorio seguía la suerte de lo principal. El ser humano desconocido en toda su dignidad y tenido como una propiedad más, de tal manera que el autor muestra una ancestralidad transida por esos múltiples vejámenes. Esta América Nuestra, como anota el autor, pareciera tener esos elementos comunes, de invisibilización y desconocimiento de la otredad, fundando un mestizaje que termina por no identificarse con nada o con todo, por eso aún por las ensanchadas avenidas de las principales ciudades se pasean de brazo los cofrades, herederos de blasones comprados y de sangres a medias tintas que siempre negarán.
Llama mucho la atención que la historia transcurra en el valle interandino de El Chota, 1500 msnm, ubicado entre las provincias de Carchi e Imbabura, asentamiento principal de los jesuitas, donde éstos tuvieron cultivos de algodón, coca, vides y caña de azúcar, generando toda una industria que les reportó múltiples ganancias, particularmente los ingenios. De tal manera que el relacionamiento de este territorio de clima seco con las costumbres andinas son relatadas en la novela, donde una sociedad señorial pareciera resistirse a morir, de ahí que los afroecuatorianos de este territorio mantengan unas particularidades que los hacen únicos -como en el caso del Patía en territorio colombiano-, así como el imperio de un sometimiento que solo puede ser roto, metafóricamente, con la presencia de una mujer cuyo carácter deviene de toda esa tragedia heredada.
No sin razón las principales protagonistas son mujeres afrodescendientes, obligadas a un mestizaje, también metafóricamente retratado con las violaciones a que son sometidas, como una herencia no querida ni pretendida, de tal manera que la novela es también una denuncia a una situación concreta que la historia oficial ha tratado de ocultar o, en muchos casos, de blanquear, por eso el desarrollo de la novela pasa de El Chota a Quito y de ahí a Sangolquí, huyendo de un destino marcado por esa misma tragedia.
Acaso uno de los personajes más enigmáticos sea Pedro Jaramillo, “el chulla ese”, capaz de enamorarse verdaderamente de Carmen, la mujer que heredó la fuerza de la sangre contenida ante tanta barbarie de su historia familiar, siendo rechazado, quizá también utilizado para prolongar ese mestizaje desde otra orilla, la de la mujer que es consciente de lo que quiere y de lo que hace, que “murió como y cuando quiso”, capaz de rehuir también a lo amado ante la imposición de un carácter que no le deja escuchar razones. El látigo, en este caso, se revierte, y los castigados son otros, tal vez igual de inocentes que esos esclavos del Chota.
Novela afroecuatoriana, novela de mestizaje si se quiere, de angustias y de retratos propios, cuyo espejo aun sigue reflejando el cabello lizo y largo de las mujeres afro, de las mulatas y las zambas, como si existiese una amalgama que impera en los herederos de un cuadro de castas impuesto y mantenido aún por muchos.
Salvo algunos errores de transcripción en la edición, así como la inclusión innecesaria de algunas citas históricas aclaratorias -que desconocen la fuerza sustancial de la narrativa que termina siempre por imponerse-, el libro se constituye en un referente importante de la literatura latinoamericana de mestizaje que está en mora de explorarse desde la visión de los invisibles: indígenas y afros. En hora buena por esta novela de Álvarez.
Álvarez Viteri, Milton (2021). Mis raíces negras. Esmeraldas: Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo de Esmeraldas. 111 p.
- Mauricio Chaves-Bustos