Por: Julio Camilo Eraso
La fama de su carretilla había crecido como un arroyo en invierno, a tal punto, que su puesto se había convertido hasta en un sitio de encuentro de miembros encopetados del sector. Estacionaba su carreta en el punto preciso para que el pavimento no se encharcara. Cada gota del hielo, que a medio día se derretía con mayor intensidad, caía en el punto justo de la alcantarilla. Como de costumbre, atendía a su clientela frente al colegio Javeriano de lunes a viernes hasta las cinco de la tarde, los sábados y domingos ya todos sabían que se encontraría en el parque principal. Toda la familia disfrutaba las mieles de sus chupones, pero además, de su apariencia siempre impecable, Juanito lucía kepis blancos, zapatos de charol, guantes y chaqueta al estilo militar
Sobre el lado frontal, en letras rojas, relucía el letrero del negocio: “Chupones Juanito”. La carretilla había sido diseñada con esmero por él mismo, y construida por su vecina amigo carpintero
Cuando le preguntaban a Juanito cuál era el secreto de su éxito, respondía:
─Para que el cliente se encariñe y vuelva se necesita un trípode con sus patas bien firmes. Primero está la presentación y el aseo. Mi carreta y yo permanecemos impecables: uso guantes, el hielo y las mieles están a prueba de polvo, insectos y contaminación. El segundo pilar es la calidad: mis bloques de hielo están hechos con agua que pasó por varios filtros, preparo en persona las mieles de sabores con mi fórmula secreta, que no conoce ni siquiera mi esposa; algún vividor podría endulzarle el oído y sacarle el secreto. Y el tercer puntal, de igual importancia, es la amabilidad en el momento de atender a los clientes. A la mayoría los saludo por su nombre, les pregunto por sus problemas y entonces, me toman confianza y se convierten en clientes fieles.
En las horas de entrada y salida del colegio, Juanito permanecía rodeado por múltiples compradores haciendo fila para paladear los chupones; allí se mezclaban estudiantes, personas de alta alcurnia y obreros en su hora de descanso. La miel cubría con generosidad el cono de nieve armado sobre un mango artesanal hecho de madera. Durante ese tiempo, la carreta era el centro de los corrillos en donde los estudiantes contaban chistes, hablaban de sus amores o daban el último repaso para el próximo examen. Juanito se interesaba por las angustias y preocupaciones de los colegiales, los tranquilizaba, les daba ánimo y, a veces, hasta un consejo para las tusas.
Durante los períodos en que las ventas subían como cometa, Juanito tenía que concentrarse más en su oficio. Con un cepillo metálico raspaba el bloque de hielo para volverlo nieve, lo depositaba en el molde cónico, lo prensaba con las manos enguantadas, le daba una estocada certera con el palo y al final lo giraba en el frasco del sabor que solicitaba el cliente. Su actividad era frenética, en especial al acercarse la hora del toque de campana, porque los estudiantes lo acosábamos y tenía que hacer malabares para cubrir la caótica demanda.
Al caer la tarde, cuando los rayos de la oscuridad comenzaban a invadir la noche, Juanito llegaba a su casa, se tiraba en el piso para jugar con sus hijos pequeños, tomaba tablero y tiza para hacer tareas con ellos y luego se acomodaba en la cabecera de la mesa para cenar con su familia, que era la turbina impulsora de su vida.
Tan pronto como su esposa terminaba la limpieza de la cocina, Juanito se encerraba en ella sin ningún testigo. Abría el mueble, guardián de sus fórmulas e ingredientes, y elaboraba los almíbares para el siguiente día, que reposaban durante la noche para, en la mañana, empacarlos frescos en los recipientes.
Antes de las seis de la mañana, Juanito terminaba de despertar debajo de una ducha que también parecía de hielo. Empleaba las dos horas siguientes para limpiar su medio de trabajo, no descansaba hasta que los vidrios tuvieran absoluta transparencia. Secaba y brillaba sus paredes, refregaba el interior hasta que quedara como nuevo. Para él, la estética y la limpieza de la carreta eran fundamentales. Por último cargaba su nave con bloques de hielo, frascos de miel, palos y guantes. A media mañana iniciaba, con paso firme y mirada risueña, el recorrido para iniciar una nueva jornada.
Los sábados y domingos sus clientes cambiaban de estudiantes a personas que salían de compras o adelantaban diligencias y a familias que iban a la misa dominical y luego asistían a la retreta de la banda departamental.
Un domingo hacia las 11 de la mañana, el secretario privado de la gobernación, con su esposa y sus dos pequeños hijos, hicieron una escala para saciar el antojo de los chupones.
─Buenos días, doctor. Qué gusto verlo ─le dijo Juanito con una sonrisa para mostrar que lo recordaba.
─No me digas doctor, sigamos tratándonos con la confianza que teníamos en la esquina del colegio. Yo sigo siendo el mismo que conociste en esa época. Te pido que me llames por mi nombre ─le respondió sonriendo.
─Me da pena, doctor, porque ahora usted es una persona importante en la gobernación ─agregó Juanito sonrojado.
─Hazme caso, llámame por el nombre ─insistió, a pesar de su destacable labor.
─Bueno, doctor ─le replicó. Los dos soltaron una sonora carcajada.
Juanito les despachó los cuatro chupones. A los niños les encantaban y le pidieron repetir. El padre les dio gusto, con la condición de que a la hora del almuerzo no le fueran a decir que estaban llenos.
Los domingos por la tarde el parque quedaba desierto, entonces, Juanito trasladaba su negocio a los alrededores del estadio de fútbol para terminar de redondear el día y la semana. Él decía que necesitaba mucha platica para la educación de sus dos hijos, quienes le ayudaban a atender la clientela los fines de semana y por eso trabajaba sin tomarse un respiro.
En un consejo de gobierno el gobernador anunció la visita del Presidente de la República y encargó al secretario privado de la organización del evento. Para él era a la vez un honor, un reto y una oportunidad. Acordaron que la única actividad de tipo social sería un almuerzo. Los organizadores decidieron ofrecer un menú típico. Para escoger el postre discutieron entre los bizcochos de la pastelería Alsacia o dulces de la región, como almendras, colaciones o melcochas. Por fortuna, el secretario privado propuso los chupones de Juanito, idea que fue aceptada de inmediato.
El funcionario buscó a Juanito para darle la buena noticia, su reacción fue la de quedar paralizado e incrédulo. Luego de unos momentos le dio un abrazo de agradecimiento. El secretario le explicó la importancia del acontecimiento y le comunicó que los gastos de un uniforme nuevo y del mantenimiento de la carreta, para que estuviera perfecta, corrían por cuenta de la gobernación.
Juanito llegó jubiloso a su casa a dar la noticia. Esposa e hijos celebraron el anuncio con una cena especial. La buena nueva, igual que el agua que caía de la carretilla, se esparció por el barrio. Los vecinos lo felicitaron porque, por fin, uno de los suyos iba a estrechar la mano de un Presidente.
El maestro Belálcazar, uno de los sastres más acreditados de la ciudad, tomó las medidas a Juanito para confeccionarle una chaqueta de lino blanco, tipo smoking y pantalón negro, como complemento, en el almacén Lord compró un corbatín negro y unos zapatos negros de charol. El vecino carpintero le quitó golpes y raspaduras, pintó la carretilla, le puso boceles nuevos, le cambió la llanta y el caucho de las manijas. Mientras tanto Juanito utilizó la carretilla de repuesto, que tenía arrumada en un rincón del patio, porque no podía quedarse sin trabajar.
Para la ciudad era un acontecimiento excepcional. La alcaldía y los habitantes de la ciudad, cual quinceañera en vísperas de su fiesta, pintaron las fachadas y arreglaron las vías y los parques. El Alcalde decretó día cívico y organizó un desfile en el parque principal, con participación de bandas de guerra de la policía, del ejército y de los colegios, todos con sus uniformes de gala. Los comerciantes exhibieron en sus estantes camisetas, sombreros con símbolos patrios y banderas, que se agotaron tan rápido como los pasteles de queso de la panadería Alsacia. Se levantó una tarima para que, tanto la comitiva presidencial como las autoridades locales, presidieran el paso de los marchantes. Los colegios programaron horas adicionales de educación física para entrenar los pasos marciales, el saludo hacia la tribuna con la mirada y el brazo derecho levantado a la altura del pecho, con los ojos fijos en los personajes.
Llegada la víspera de la visita, Juanito preparó la carretilla y dejó listos los implementos e ingredientes que elaboró con esmero. Su hijo mayor sería el encargado de repartir servilletas y hacer limpieza con bayetillas blancas. La emoción era tal, que Juanito pasó la noche dando vueltas en la cama.
Un grupo de automóviles Mercedes Benz recibió en el aeropuerto a la comitiva del presidente y su familia, patrullas policiales, motos y ambulancias los condujeron a la ciudad a través de una carretera sinuosa, vigilada por soldados, algo extraño en una ciudad apacible y tranquila. La gente apostada a lado y lado de la vía esperó el paso del mandatario a quien saludaron batiendo las banderas nacional y del departamento. Nunca antes en la ciudad habían visto una caravana tan nutrida y pomposa.
El sol radiante, asomando su cabeza por encima de las montañas, dio la bienvenida a los visitantes. El desfile resultó lucido, las notas marciales de los himnos le dieron al evento imponencia y aire patriótico, cuyo cierre estuvo a cargo de breves discursos del Gobernador y el Presidente.
Los visitantes y el consejo de gobierno departamental caminaron media cuadra en medio de aplausos y saludos de mano, hasta llegar al salón de juntas de la gobernación. Allí, el Presidente escuchó, de las autoridades locales, la presentación de sus necesidades y expuso sus compromisos para solventarlas. El público se dispersó y la ciudad volvió a una aparente normalidad a pesar del patrullaje militar en las calles aledañas. Durante la sesión, desde las estufas de carbón de las cocinas artesanales llegaron empanadas de añejo, pasteles de queso y quimbolitos acompañados por champús y jugos. El secretario privado atendía con un ojo la reunión y con el otro estaba pendiente del almuerzo que se serviría en el salón vecino.
Minutos después de la una de la tarde, se realizó el receso para apaciguar las ansias que producían los aromas de la comida. Los asistentes y los invitados especiales se ubicaron en una mesa larga ataviada con manteles tejidos a mano. Las meseras eran indígenas vestidas con follado y blusa blanca con flores bordadas. Sirvieron un menú típico con magnífica presentación y sabor. Juanito, desde una ventana, observaba para tener clara la imagen de la comitiva presidencial, centrar en ellos su atención y tratar de entender el protocolo.
El secretario privado se levantó e invitó a los asistentes a dirigirse al patio central en donde se serviría el postre, un detalle representativo de la ciudad, conocida con el apelativo de Ciudad Sorpresa. En el centro del patio esperaban Juanito y su hijo, nerviosos y emocionados. Encabezaba la fila el Presidente con su esposa y su hija. El secretario privado les explicó que en tiempo pasado, cuando no existía la energía eléctrica, bajaban bloques de hielo del volcán para preparar estos helados raspados que coloquialmente se conocían como chupones. Presentó a Juanito, el heladero más tradicional y popular de la localidad.
Juanito se quitó el guante para saludar de mano y con una venia a los tres visitantes. El Presidente, le preguntó:
─¿De dónde nació la idea de este negocio?
Juanito, todavía con el guante derecho en su mano izquierda, respondió:
─Excelencia, el oficio lo aprendí y heredé de mi padre; vivíamos en Cumbal, un pueblo cercano al Ecuador con un volcán nevado a sus espaldas. ¿Lo conoce Presidente?
─No he estado en el pueblo, pero sobrevolé la región y quedé impresionado con la belleza de las cumbres nevadas de los volcanes Chiles, Cumbal y Azufral. Pero prosiga con su relato que me interesa mucho –comentó el Presidente con interés.
─Sigo con mi historia, Presidente. Mi padre bajaba del volcán los bloques de hielo y los raspaba con un cepillo artesanal, sobre una mesa en la puerta de la casa; se inventó la miel para darle sabor. Con este negocio nos crió.
Juanito hizo una pausa porque se le quebró la voz y se le encharcaron los ojos. Se recuperó y continuó.
─Yo le aprendí el secreto del endulzante y, cuando él falleció, me inventé la carretilla. Hace diez años, en 1943, llegué a esta ciudad.
─¿Qué me vas a ofrecer, Juanito? ─prosiguió el Presidente.
─Excelencia, tengo miel de fresa, mora, limón y piña. ¿Cuál le gustaría probar? También le puedo preparar un chupón combinado de dos sabores.
─Buena idea el combinado ─respondió el Presidente─. Dame uno de fresa con limón.
El hijo de Juanito le entregó la servilleta y el chupón. El mandatario lo saboreó, le dio vueltas, lo llevó a su boca varias veces, miró los gestos de agrado de su esposa y su hija y con una sonrisa dijo a Juanito:
─¡Está delicioso! Y refrescante para esta tarde soleada. Tienes que patentar la fórmula y montar un puesto de ventas en Bogotá, sería un éxito.
La primera dama, su hija y el resto de la comitiva disfrutaron también. Algunos ─incluido el Presidente─ repitieron. Antes de volver a la reunión el primer mandatario se acercó a Juanito y le dijo:
─Tus chupones son un manjar. No te vayas porque voy a enviar a alguien para que te pida unos datos. Encantado de conocerte y felicitaciones ─con un apretón de manos se despidió.
─Muchas gracias, Excelencia ─correspondió Juanito con una venia.
Una secretaria de la gobernación vino al patio y le pidió a Juanito sus nombres completos y su dirección.
Al finalizar la tarde la comitiva presidencial salió hacia el aeropuerto para retornar a la capital. Los funcionarios de la gobernación quedaron satisfechos porque habían logrado que el gobierno central se comprometiera con los proyectos más importantes.
Juanito volvió a su puesto habitual en el parque principal. Llegaron más compradores de los usuales, porque varios curiosos querían preguntarle detalles de su encuentro con los personajes. El periódico y las emisoras locales publicaron notas y entrevistas con Juanito, quien de forma emocionada contó su vivencia y aprovechó la oportunidad como una vitrina para su negocio. A partir de esa experiencia a Juanito le creció la clientela y el prestigio de su carretilla subió como una bomba cargada de helio.
En el barrio, los vecinos disfrutaban los relatos sencillos de Juanito sobre esos minutos que tuvo frente a la comitiva presidencial. Una semana después de su visita, llegó a su casa un sobre. En el interior traía una tarjeta en pergamino, firmada por el Presidente, que decía:
Presidencia de la República
A Juanito y sus chupones
Mis agradecimientos por sus atenciones durante mi visita a Pasto
Firma del Presidente
Juanito le dijo a su familia que esa tarjeta era el mejor regalo que había recibido en su vida. Su amigo vidriero le regaló el mejor marco que tenía en su taller, para que la tarjeta se convirtiera en el adorno central de la sala.
Junto a la tarjeta venía una carta de invitación del Presidente para que Juanito fuera a Bogotá, con su carreta, con el fin de hacer degustar sus inigualables chupones a ministros y funcionarios. Juanito esperaba que su amigo, el secretario privado, le ayudara a conseguir el patrocinio para el viaje porque quería conocer la capital, sus lugares turísticos y, de pronto, abrir una gran puerta para el futuro de sus chupones.